Gertakariak

El Crimen de Ancho (El Guipuzcoano)

El Guipuzcoano, 1890-03-19

Consideraciones

A la hora en que damos principio a las presentes lí­neas desconocemos aún el resultado que podrán arrojar los debates de esta célebre causa.

¿Cuál será el veredicto del jurado? ¿Habremos de escribir al final de esta revista la fatí­dica palabra de muerte? ¿Habremos de ver por vez primera en esta noble y generosa tierra euskara, la frí­a ley caer como pesado losa de plomo para condenar con la última pena a uno de nuestros semejantes? A un ex-miquelete que tantas .veces expuso su vida en los campos de batalla.


Una esperanza que allá en el fondo de nuestra conciencia sentimos, nos anima y enardece nuestro ánimo.

¡Dura misión la nuestra que nos vemos, por profesional deber, en el caso de sentir por dos veces tan dolorosas pruebas: antes y después del acto á que asistimos!

¡Pena de muerte! ¡Pena de muerte!, fatí­dicas palabras que alucinan nuestro ánimo y que no podemos rechazar de nuestra mente. Al vibrar de nuestros sentimientos do humanidad, escápanse de nuestros labios palabras de piedad, de esperanza…

Antes de la vista
Al exterior

De memoria de periodista, no recordamos ocasión alguna en que hayamos presenciado en esta ciudad tal afán y tal deseo y al propio tiempo ¿por qué no decirlo? ¡tanta ansiedad! como la que existí­a por presenciar los debates de la célebre causa que encabeza éstas lí­neas. Y es que hacia Basilio Vallejo, el, ex-miquelete que peleó con denuedo en cien encuentros con los enemigos de la libertad patria, sentí­ase en la mayorí­a del público, que no por eso dejaba de reconocer lo enorme do su crimen, como una corriente de compasión y de inexplicable indulgencia.

Así­ fue que mucho antes do sonar la hora señalada para la apertura de la sesión, la calle de Esterlines, por la que hay acceso a la Sala de vistas de la Audiencia, hallábase invadida por una apiñada multitud, ansiosa de buen puesto, cuya cola llegaba hasta la calle de San Jerónimo.

Hasta el enverjado de hierro del edificio, veí­ase lleno de chiquillos y aun de hombres, que de esta suerte buscaban el momento en que un descuido de los guardias les permitiera asaltar el patio, venciendo no sin pena las puntiagudas lanzas de la verja.

Un número no menor de curiosos, en cuyo grupo predominaban las mujeres y niñas, formaba así­ mismo compacta barrera ante la puerta de la Audiencia.

El ruido y el vocerí­o que por el más ligero incidente se producí­a, eran ensordecedores. El presidente de la Audiencia, para impedir que más tarde aquel vocerí­o imposibilitase, ó perjudicase a la buena marcha de los debates, hubo de ordenar que los miqueletes puestos a su disposición, impidiesen el fácil tránsito en los alrededores de la Audiencia.

A las once de la mañana era ya punto menos que imposible contener a la ansiosa muchedumbre, que se apiñaba en la calle de Esterlines. Gracias ciertamente al enverjado cuya cancela permanecí­a cerrada, no se vio invadido el patio y aún la Sala de vistas.

Cualquiera ligera discusión producida por los esfuerzos de los retardatarios que pugnaban para ganar mejor puesto que el que por su tardanza en acudir allí­ tení­an, cualquier incidente por leve, que éste fuera producí­a un griterí­o grande. En vano era que los agentes y los guardias aconsejaran prudencia e hiciesen observar a los impacientes, que en tiempo oportuno se abrirí­a la entrada pública al salón, todo era inútil, y aún las señoras, señoritas y mujeres del pueblo que entre aquel núcleo de gente habita, soportaban en silencio las mil molestias que sufrí­an, con tal de satisfacer su curiosidad.

Esto era al exterior.

En el interior

Si esto ocurrí­a en el exterior, no era menor la animación que, en el interior del edificio reinaba.

Nunca como ayer se pusieron en evidencia las bochornosas condiciones que reviste el edificio de la Audiencia. Decimos bochornosas, porque con efecto, no es aquel lugar propio de la augusta administración de la justicia, ni digno, por lo mismo, en nada, de una población tan culta y tan adelantada como la nuestra. Aquí­, donde el Gobierno civil, la Diputación, la delegación de Hacienda y tantas otras administraciones se hallan instaladas en suntuosos edificios, en los que no se sabe qué apreciar mas, si el confort con que se ven adornados, o la amplitud y largueza con que se hallan instalados, nadie creerí­a que sucediera lo propio con tan importante centro.

Allí­, con efecto, vimos confundidos en un estrechí­simo y pestilente pasillo a abogados, periodistas, testigo y guardias; allí­ imposible facilitar la celebración de un careo á falta de habitaciones donde aislar a los testigos, allí­, en fin donde de una antigua cuadra se ha hecho una estrecha, obscura y desproporcionada sala de vistas, en la que el público tiene apenas cabida y donde los Jurados parecen señores particulares, que por

curiosidad se hallen allí­, atraí­dos por 1a celebridad de la causa, ya que ni aun para ayudar a la severidad de su misión tienen un estrado donde situarse, ni sillón donde distinguirse del resto del público.

Y digamos en su honor, que gracias a los constantes esfuerzos del digno presidente de esta Audiencia Sr. Churruca se debe que lo que hoy existe, exista.

Hora es de que se piense en dar a la administración de justicia en esta ciudad puesto más digno donde cumplir con la majestad que la ley demanda e inspira en soberana misión.

La vista.
Aspecto de la Sala

Algo diremos que se refiera al aspecto de la Sala de la Audiencia, en el momento, en que, a las once y media de la mañana se constituí­a el tribunal presidido por el señor D. Cosme Churruca, y los magistrados señores Oneca y De Blas.

A derecha e izquierda del estrado que ocupaba el tribunal de derecho, sentados en sillas hallábanse los señores jurados.

Ocupaba el sitial del ministerio público, A la derecha del tribunal, el fiscal señor Tornos; a cuyo lado sentábase también el teniente fiscal señor Barcaiztegui.

El secretario relator señor Alonso Zabala, ocupa en el estrado el centro del salón. La tribuna de la defensa, á la izquierda, ocupábala el abogado señor Martí­nez Añibarro, sentándose al lado de éste el procurador señor Arizmendi. Eran los defensores del procesado.

En el fondo, merced a la deferencia del presidente señor Churruca, la prensa tenia dispuestas dos mesas no lejos del banquillo de los acusados, en el que entre dos guardias civiles habí­a tomado asiento el procesado, volviendo la espalda al público.

En cuanto a éste, que en el fondo del salón ocupaba los escaños de la tribuna pública, eranumeroso y abigarrado. Caras muy conocidas veí­anse al lado del asiduo concurrente las sidrerí­as de la Calle del 31 de Agosto.

Abogados, médicos, ingenieros é industriales, veí­anse quiénes al lado de una mujer del pueblo, quienes también al lado de señores y señoritas que allí­ acudieron en demanda de emociones ó atraí­das por la curiosidad, esa tirana del sexo bello.

A la izquierda del espectador varios señores letrados, vistiendo de toga ocupan sus bancos reservados. Asimismo habí­a en el salón algunos procuradores, y por último, el intérprete jurado de lengua euskara, D. Carmelo Echeverrí­a.

Varios ujieres en el interior y exterior del salón mantení­an el orden

Los señores jurados

Verificado el sorteo de jurados en la forma conocida, las papeletas designaron a los señores jurados siguientes, para constituir el Tribunal de hecho:

Sres. D, Francisco lzaguirre Zabala

D. Enrique Mariscal Arrona

D. Olegario Laborda Tallada

D. Antonio Amiama Salas

D. Luis M. Echeverri Besga

D. Francisco Ocaranza Madinabeitia

D. Santiago Goenaga Cortadi

D. Benito Jamar Domenech

D. Ricardo Lasquibar Lasa.

D. José Manuel Bidegain Oyarbide

D. Gabriel Altuna Arrasain

D. Severo Aguirre-Miramon

Como jurados suplentes, fueron designados por la suerte los Sres. D. Ignacio Arrieta y Otaño y

D. Manuel Cámara Aramburu.

La suerte designó así­ mismo al Sr. D, Francisco Besné y Peyret, quien fue recusado por la defensa.

Como presidente del Tribunal de hecho fue nombrado, como la ley lo ordena, el Sr. D, Francisco

Izaguirre Zabala, honrado labrador de éste termino municipal.

Constituido el Tribunal de hecho con los señores jurados, cuyos nombres hemos consignado,

procedióse al acto de recibirles juramento sobre los santos Evangelios.

El jurado Sr. D. Benito Jamar prometió por su honor.

“Si así­ lo hiciereis, Dios y vuestros ciudadanos os lo premien, y si no os lo demanden”, exclama el presidente, según la fórmula establecida.

Inmediatamente declaróse constituido el Tribunal del Jurado, y en breves palabras da cuenta a éste el Sr. Churruca del proceso que va á someterse a su veredicto, según la ley ordena.

Conclusiones del señor Fiscal

Procédese por el señor secretario relator a la lectura de las conclusiones provisionales formuladas por el ministerio fiscal.

En dichas conclusiones, el fiscal dice que el procesado formó el decidido propósito de matar a
su ví­ctima con bastante antelación al hecho, y que éste su propósito está plenamente comprobado en el sumario, así­ como por la violencia de las heridas, que no fueron una ni dos, sino seis. En su consecuencia pide para el procesado Vallejo la pena conforme al art. 418 del Código penal y responsabilidad civil, evaluada en 3.000 pesetas a la heredera de la interfecta.

Conclusiones de la defensa

En oposición a esta petición fiscal, la defensa, en sus conclusiones provisionales, niega que su defendido tuviera propósito de matar, y pide que la pena se conforme al art. 49 del Código penal y la aplicación de las 3ª ,5ª y 8ª circunstancias atenuante precisadas en el art.29.

La prueba testifical

Al anunciar el señor presidente que leí­das las conclusiones provisionales del ministerio fiscal y de defensa iba a procederse a la prueba testifical, un movimiento de curiosidad, de ansiedad y de atención se produjo en toda la sala, y muy principalmente en el público, que se fijaba con mayor atención que nunca en el procesado.

Habí­a llegado el momento tan ansiado para muchos curiosos de oí­r el relato de su crimen de labios del mismo procesado. Porque además de interés que siempre existe en escuchar a un criminal como explica los motivos que le impulsaron a cometer su delito, y 1os agentes que para ello empleó, habí­a en al público que ayer llenaba la Sala de la Audiencia, ansiedad por escuchar los términos en que el ex-miquelete habí­a de expresarse. Nadie, en fin, querí­a sentar la premisa antes de oí­rlo, de que su delito habí­a sido motivado por la perversión y el vicio, agentes repugnantes siempre de los crí­menes torpemente cometidos y por los cuales no. alcanza el criminal que los cometiere, ni la más pequeña indulgencia ni la mas leve conmiseración. Cosas ambas que siempre logra de los humanitarios sentimientos del que oye, el criminal que ha cedido a una lamentable obcecación.

Basilio Vallejo, hombre honrado y trabajador, soldado valeroso durante tantos años, no podí­a; a juicio de los que ayer constituí­an el público de la Audiencia, haber caí­do de un salto, sin causas poderosas en el abismo que se crea entre el hombre honrado y él criminal.

El movimiento de atención y hasta de ansiedad, estaba bastante justificado.

Declaración del procesado

El Sr. Presidente: Se va a proceder, señores jurados, a practicar la prueba testifical, como la ley ordena. Advierto a los señores jurados que la ley les autoriza para que, solicitando para ello mi venia, puedan dirigir a los testigos o procesados las preguntas que deseen, siempre que estas fueran pertinentes.

Hujier, haga usted subir al estrado al procesado Vallejo.

Inmediatamente, el procesado se levanta y se coloca a la izquierda del Tribunal en el estrado, frente al lugar ocupado por el ministerio público y la derecha del abogado defensor.

¿Quién es Basilio Vallejo? ¿Qué clase de hombre es ese que tan horrendo crimen a cometido? ¿Qué antecedentes, tiene, y qué educación moral ha recibido un hombre que se ha hecho acreedor a que el ministerio público solicite para él la pena de muerte?

Si nuestros lectores recuerdan el relato que en nuestros números del 27 y 28 de Julio último hicimos, al dar cuenta de una conferencia mantenida por nosotros con el criminal Basilio Vallejo, presentes estarán en su memoria loo términos favorables en que nos expresábamos respecto al procesado.

Confesamos con efecto que la impresión que Basilio Vallejo produce sobre todo aquel que por vez primera lo ve, es excelente. Su aspecto marcial, su tez tostada por los rayos ardorosos del sol y por decirlo así­ endurecida por la intemperie, a la que tantas veces en sus marciales expediciones se ha visto expuesto, los rasgos nada vulgares da su fisonomí­a de aire militar, su abundante, negra y sedosa cabellera, sus modales corteses y correctos, el hablar tranquilo y su expresión llena de finura en una palabra, disponen en su favor en alto grado.

Basilio Vallejo, el asesino y amante de la estanquera de Ancho, Manuela Antia, es alto y delgado; de temperamento nervioso, todo su aire respira a milicia y sus manos están encallecidas con el roce continuo del fusil.

Viste decentemente: un traje de cuadritos color ceniza claro y boina azul. Su mirada es rápida, algo así­ como inquieta, y hoy apagada por el continuo recuerdo de su delito. A veces permanece dos o más minutos silencioso como ensimismado. Cuando relata algo desagradable, lleva su mano derecha temblorosa a la frente y a la cabeza.

Algo cambiado lo hemos encontrado desde que en Julio último sostuvimos con él larga conversación sobre el delito que habí­a cometido. No es extraño, por cierto; y las noticias que respecto a él hemos tenido en distintas ocasiones, nos confirman nuestra creencia de que, desde la comisión del delito, Basilio Vallejo ha sufrido mucho.

En distintas ocasiones se nos dieron detalles de su conducta en la cárcel. Esta no era todo lo tranquilizadora que se podí­a desear. En cierta ocasión, cuando mayor pesar sentí­a Vallejo nos enteramos de que el alcaide habí­a quitado de las manos al preso unas largas y puntiagudas tijeras que guardaba con fines aún no muy esclarecidos; últimamente, hallábase tan resentido de ataques nerviosos, que durante la noche alborotaba la cárcel dando alaridos nada tranquilizadores. El alcaide tuyo que reprenderle mucho y con frecuencia.

Cuando ayer lo volvimos a ver, nos saludó con fruición y nos aseguró que lo escrito por nosotros el 27, y 28 de julio último, era lo exacto, y tal como él nos lo habí­a referido.

Quéjase amargamente de que no le hayan dejado ver a su hermana; la cual ha hecho grandes esfuerzos para lograrlo sin poder alcanzar tal favor.

Lamentósenos de su mala estrella; porque después de haber cometido su delito habí­a recibido una carta de un tí­o, suyo residente en Cuba, que le ofrecí­a colocación segura y beneficiosa. “Si ésta oferta hubiera llegado antes –nos dijo– no me verí­a yo hoy en estos compromisos, y en este estado”.

Su declaración de ayer fue la reproducción de lo que a nosotros nos dijo, dí­as después de cometido el crimen, y puede también decirse que fue la única esencial de proceso los demás testigos, salvo alguna variante, trajeran al proceso pocos datos de esos que agravan o benefician a un procesado.

He aquí­ sus manifestaciones.

El Sr. Presidente:

“¿Cómo se llama usted?

“Basilio Vallejo.

“¿Su edad y pueblo de naturaleza?

“Tengo 38 años y soy natural de Tapia, en la provincia de Burgos.

“¿Cual es su profesión o empleo?

“Fui litógrafo y luego miquelete.

“¿Promete usted decir la verdad en lo que fuere preguntado?

“Si señor. Prometo decir la verdad a V. S. y a todo el público

“¿Acometió usted en la larde del 21 da Julio último a Manuela Antia, causándole varias heridas?

“Sí­, señor.

El sr. Fiscal:

“Refiera usted lo que ocurrió desde la mañana de dicho dí­a.

“¿Desde la mañana del 21 de julio, o empiezo desde antes?

“Bueno, empiece usted desde donde usted quiera.

“Diré a V. S. que nunca intenté cometer el crimen que ejecuté en la tarde del 21 de Julio como se me acusa, señor, y buena prueba de ello es que si hubiera tenido yo esa intención, antes de regresar de Bilbao, me parece a mi que ha en Bilbao buenos almacenes donde hubiera yo encontrado un cuchillo de mayores dimensiones que el que adquirí­ en Renteria.

Cuando regresé yo de Bilbao fui a ver a la Manuela por la noche y al entrar en el almacén le pedí­ un paquetillo, ella me dijo enseguida:

“Déme Vd. el dinero”.

Entones yo saqué una pieza de dos pesetas y le pagué. Yo le dije entonces:

“Manuela, yo he venido para verte y para que veas de arreglar nuestras cuentas”.

Entonces ella contestó diciendo a su hija:

“Vete y llama a los de orden público”.

A esto yo le contesté:

“No hace falta que vaya en busca de nadie la niña, que mañana amanecerá”.

Y me marché de la casa de la Manuela.

Entré entonces en casa de Basilio Arzac, porque no habí­a comido desde Azpeitia, y comí­ un par de huevos, pregunté si habrí­a tren a aquella hora para San Sebastián y me contestaron que si lo habí­a. Entonces fui a la estación, donde encontré al señor Tudury, lo que no me gustó, y me vine a San Sebastián, durmiendo en casa de mi hermana.

Al dí­a siguiente me levanté temprano y me fui a la plaza del Mercado para hacer tiempo para que se levantara el amo, Mr. Luis Canonge, el cual tení­a por costumbre verificarlo a las nueve.

Aquella mañana fui con Mr. Canonge a Pasajes para arreglar los géneros que habí­a en la tienda con objeto de traerlo al dí­a siguiente a San Sebastián.

No vimos a la Manuela, porque hacia mucho que ella tení­a instalado su estanco en otra casa. Monsieur Canonge volvió a San Sebastián y yo me quedé en Pasajes durmiendo en casa de un pintor y estando jugando a la baraja hasta las diez de la noche en casa de D. Federico Sánchez.

Al dí­a siguiente, sábado 20, por la mañana, me levanté muy temprano y fui ante la casa de la Manuela. Pero como ella tení­a prevenidos a los policí­as, no quise penetrar en el establecimiento cuando ella abrió, hasta que llegase alguno a la tienda. Tuve tiempo suficiente, si hubiera meditado matarla, como dicen para haberlo efectuado descansadamente, puesto que nadie pasaba por allí­, que la calle estaba desierta. No lo hice porque yo no he tenido nunca esa idea. Al contrario, para que no se me pudiera tachar da nada esperé a que llegase Jose Rebollo, buzo que es de la Compañí­a del Fomento de Pasajes, y entré cuando él entraba bebiendo un vasito de aguardiente. Luego vinieron otros obreros a beber también. Cuando se marcharon todos, estando presente la niña empecé a reprender a Manuela por su conducta para conmigo y pare el amo, Mr. Canonge, haciéndolo en buenos modos y empleando el tono de la reflexión. Apenas hablamos las primeras palabras, cuando se presentaron los guardias de orden público mirándome con aire receloso.

Aquello me ofendió mucho. Porque no era el modo de que una mujer, por la que abandoné mi carrera por la que desatendí­ a mi mujer y a mis hijos, por la que en fin, lo habí­a perdido todo y que al fin ha sido mi perdición… no podí­a yo esperarme aquel modo de tratarme…

(El procesado se muestra emocionado).

Estoy en que falté al guardia porque le interpelé bastante duramente; pero me habí­a puesto arrebatado… y tení­a motivos, porque no se va a buscar la policí­a… para un hombre al cual se le ha causado la ruina…

(Vallejo está a punto de verter lágrimas, y se contiene difí­cilmente. Su voz es entrecortada y temblorosa. Se halla visiblemente emocionado).

Me vine a San Sebastián y almorcé con monsieur Canonge y por la noche regresé a dormir a Pasajes, haciéndolo en casa de un amigo llamado Jose Maria, sin haber vuelto a verla.

A la mañana siguiente, domingo 21, me levanté a las seis de la mañana, tomé un poco de té y a las seis y media fui a casa de Manuela.

Volví­ a hacerle con buenos modales toda clase de reflexiones sobre nuestra vida pasada, sobre mis sacrificios, el abandono que por ella hice de mi mujer y de mis hijos y de mi reputación y mi carrera, sobre la tienda, el dinero que debí­a el amo y los mil reales que a mí­ me debí­a…

Mientras estuvimos solos, Manuela me escuchaba y lloraba en silencio, mas en el momento en que entró en la tienda una parroquiana, madame Baptiste, empezó a decirme toda suerte de disparates y me mandó que saliera de su casa.

Entonces, muy enojado por la conducta de aquella mujer, por quien todo lo habí­a perdido, salí­ a la calle, y para ver si desechaba de mí­ el enojo y la pena que me embargaba, me dirigí­ a Renteria.

Estuve bebiendo sidra, que para mí­ era veneno, y almorcé en casa de un amigo, con la madre de ésta y su familia, pero no podí­a desechar de mí­ el recuerdo de los desprecios que de mí­ hací­a la mujer aquella a quien yo habí­a sacrificado todo. Estuvimos tomando café, y después él se volvió a Pasajes, en tanto que yo me quedaba en la plaza del pueblo.

Pero tampoco me distraje allí­, y a eso de las cuatro emprendí­ el regreso a Pasajes. Cuando salí­a del pueblo, me vi sobrecogido por el recuerdo de lo ocurrido por la mañana, y fue tal el furor y la rabia que sentí­a, que me dieron intenciones de dar a aquella mujer que así­ me habí­a llenado de desprecios, un escarmiento para su recuerdo.

Sin darme entera cuenta de mi propósito, al verme así­ asaltado de ira y en un estado de excitación como nunca lo he sentido, vi en el escaparate de una tienda, a la salida del pueblo, unas navajas. Entré en el almacén y pedí­ una. Me pidió la tendera seis reales por una de ellas, y se los pagué.

Después de esto fue cuando de vuelta a Pasajes cometí­ mi delito.

Ahora no tengo más que decir sino que me recomiendo a la benevolencia del Tribunal.

El Sr. fiscal:

“Bueno. Pero diga el procesado lo que ocurrió desde que salió de Renteria hasta que fue preso.

“Cuando llegué a Pasajes fui a la cantina. Durante todo e1 camino desde Renteria seguí­ furioso, pero aunque adquirí­ la navaja no supe si la usarí­a. Ya en Pasajes estuve en la cantina y pedí­ algo de comer, aunque no pude tomar bocado, y desde allí­ me dirigí­ a casa de la Manuela y cometí­ el delito que se me acusa.

“Bien pero usted los hechos. ¿Habí­a alguien en el establecimiento cuando penetró usted en él?

“Si señor, estaba Alfonso Tudury, un ex-miquelete y una joven de quien no conozco el nombre. Cuando entré en el establecimiento di las buenas tardes y me senté cerca de la puerta. Poco después pedí­ un vaso de agua que me lo sirvió la joven, y para decir verdad, no se si me lo bebí­ o no… estaba tan arrebatado… no recuerdo lo que pasó ni lo que dije, pero lo cierto es que como vi a aquella gente allí­ aún me ofusqué mucho más, y por último me dirigí­ a Manuela y la herí­.

“Vio usted marcharse a las personas que estaban en e1 establecimiento cuando usted llegó, o sea a Echeverria, Tudury…

“Si señor, los vi marchar porque pasaron delante de mí­.

“Siga usted relatando todo lo ocurrido.

“Después que ellos marcharon, fue cuando penetré hasta el mostrador y le di a la Manuela su castigo.

“Y todas esas cuestiones de intereses que tení­an ustedes uno y otra ¿por qué eran?

“Como viví­amos maritalmente, lo que el uno ganaba era del otro. Pero yo le habí­a prestado mil reales con mis ahorros de miquelete y tení­a el recibo que obra en autos, y el cual ella no querí­a reconocerme… si me lo hubiera reconocido y abonado, ahora no me verí­a yo en estos compromisos.

“Y ese recibo ¿estaba firmado por la Manuela Antia?

“No, señor; lo habí­a firmado la niña.

“¿Con consentimiento de su madre ó de viva fuerza?

“Su madre no le dio el consentimiento, pero la niña firmó, porque comprendí­a lo que era justo.

“Conteste Vd. a la pregunta, ¿No dijo Vd. al juez, en la declaración que prestó el 3 de Agosto, que al salir por la mañana del domingo 21 después de su escena con la Manuela formó Vd. el propósito da matarla?

“No, señor. Yo no he podido declarar eso, yo no he declarado eso nunca, porque nunca tuve la intención de matarla.

“No pregunto si tuviera Vd. o no intención de matarla, sino si ha declarado o no eso ante el Juez.

“No, señor, no he declarado eso.

El Sr. fiscal pide entonces que se dé lectura a la declaración prestada por el procesado ante el juez de instrucción. En dicho auto, de que da lectura el Sr. secretario, figura con efecto lo siguiente: “que entonces enfurecido formó el propósito de matarla”

El Sr. Fiscal (al señor secretario):

“¿Está firmada esa declaración por el procesado?

El Sr. Secretario:

“Sí­ señor, esta firmada por él.

“Pues yo no recuerdo haber hecho semejantes manifestaciones porque yo no he herido a Manuela Antia sino por una furia repentina, y mi intención de siempre no fue otra que la de darle un escarmiento, para que esa mujer dijera al verse herida “yo me tengo la culpa, por haberme portado tan mal con este hombre”.

“¿Entonces cuál era su propósito al adquirir el arma de que se sirvió?

“Ante la Sala, y ante el Divino Dios, declaro que mi intención no era de matarla sino de darle un escarmiento… escarmiento, eso si, porque lo merecí­a por sus desprecios para un hombre que como yo habí­a abandonado todo en este mundo por ella.

“¿Recuerda usted el sitio que media desde el lugar en que usted se hallaba y en el que se encontraba Manuela Antia cuando usted fue a herirle?

“No recuerdo bien.

“¿Recuerda usted la anchura que hay entre la parte interior del mostrador y la estanterí­a?

“Muy poco. Lo suficiente para que pueda entrar un hombre.

“¿Recuerda si entró usted en el establecimiento navaja en mano, oculta en algún bolsillo ó en otra forma?

“No lo recuerdo.

“¿Se cambiaron palabras entre usted y Manuela Antia, ó hubo discusión alguna momentos antes de que usted la hiriera?

“No lo recuerdo porque ya digo que estaba yo muy ofuscado.

“¿Pero en fin, que entiende usted por darle un escarmiento? ¿Qué se proponí­a usted?

“Sí­ me proponí­a herirla; pero no que fuera una herida de consideración. Era para hacerle comprender cuán mal se habí­a portado conmigo.

(Murmullos en el público).

“¿Riñó usted con Manuela cuando se marchó a Sestao?

“Sí­ señor.

“Entonces ¿volvió usted a ponerse de acuerdo con su familia?

“Con mis hijos si; con mi mujer no; porque ella, con razón, no querí­a reunirse ya conmigo.

“¿No envió usted ningún auxilio pecuniario a su mujer y a sus hijos desde, que viví­a usted con Manuela maritalmente?

“No señor, no les envié nada.

El señor Fiscal manifiesta al señor Presidente que no tiene nada más que preguntar.

Concédese la palabra a la defensa.

El Sr. Añibarro:

“Deseo, Vallejo, que usted me manifieste como conoció a Manuela Antia.

“Sí­ señor. Estaba yo de punto como miquelete en Pasajes, cuando el dí­a 1º de Junio de 1887 por la mañanita me encontré un amigo que me dijo que si querí­a conocer a la nueva estanquera, podí­a ir con él al estanco. Lo seguí­ y entramos en el establecimiento. El compró un puro y yo un paquetillo. Ella, al darme el paquetillo, me dijo:

“Es usted el primero a quien vendo tabaco”.

“Que sea con buena suerte”, le contesté.

Y permanecí­ hablando largo rato con ella, con referencia a su difunto esposo que se llamaba Jose Maria Aguirre, y habí­a sido cabo segundo de miqueletes. Por último intimamos, y a los dos dí­as ella me invitó a que me quedase en su casa aquella noche. Algunos dí­as después me fui por invitación suya a vivir a su casa, y durante largo tiempo, aunque viví­a maritalmente con ella, le pagué escrupulosamente seis reales diarios.

“Perfectamente. ¿Y usted conocí­a a la Manuela antes de verla en su establecimiento?

“No señor, no la conocí­a

“Y ella sabí­a que era Vd. casado.

“Lo sabia, porque según me dijo, su marido que era amigo y compañero mió, le habí­a hablado muchas veces de mí­.

El letrado manifiesta que no quiere seguir interrogando sobre este punto, esperando que los señores jurados suplan lo que queda callado.

Continúa Basilio Vallejo manifestando los diversos incidentes de su vida con Manuela; las quejas de sus superiores al verlo vivir amancebado y completamente dominado por la estanquera; su traslado al punto de Inchinea, a donde casi diariamente le escribí­a Manuela, instándole para que abandonase el servicio y se fuera a vivir con ella. Por último, relata sus escapadas a Pasajes abandonando el puesto, excitado a ello por las cartas de la Manuela, a la que ya no sabí­a negar nada y por la que estaba dominado por completo, su traslación a otro puesto de castigo, y, por último su decisión a pedir el retiro en vista de las constantes instancias de Manuela.

Al llegar a éste punto, el abogado defensor le pregunta:

“¿De suerte que, en qué condiciones acordaron ustedes vivir en lo sucesivo?

“Acordamos vivir de nuestras ganancias comunes para los dos. Durante algún tiempo el asunto fue muy bien. Ambos trabajábamos con arranque. Pero algún tiempo después noté yo que tan luego como tení­amos guardada una cantidad más o menos grande, desaparecí­a, y me enteré de que lo que ocurrí­a era que Manuela lo llevaba a la Caja de Ahorros, y lo poní­a a su nombre. Esto me disgustó muchí­simo, y su conducta para conmigo fue causa de muchas cuestiones.

“¿Qué le ocurrió a usted con motivo de una suma de 300 pesetas que la Manuela pretendió que V. le habí­a robado?

“Me metieron en la cárcel, donde estuve durante tres dí­as. Entonces ella, arrepentida de lo que habí­a hecho, fue ha manifestar al juez que no era cierto y me pusieron en libertad sin instruir la causa.

“¿Y qué hizo V. al salir de la cárce1?

“En vista de esta conducta suya, viendo que era materialmente imposible ya para mí­ recuperar todo lo perdido, decidí­ marcharme a América al verme despreciado y aborrecido. Me fui de su casa y estuve en Hendaya contratando el pasaje, que tomé en una agencia de emigración

Ya me iba a embarcar, cuando el dí­a anterior de mi salida vino a Hendaya la Manuela y me pidió que la perdonase y que volviese a su lado. Como ésa mujer ejercí­a tanta influencia sobre mí­ la creí­, y perdí­ el pasaje, regresando nuevamente a su lado. Hice mal, porque hubiera evitado lo que hoy pasa.

Continúa Vallejo contestando a preguntas de su abogado defensor, manifestando los diversos incidentes de la desagradable vida que con la Manuela hací­a.

El Sr. Añibarro:

“Vamos a la comisión del delito. ¿Cuando usted llegó al establecimiento en la tarde del 21 de Junio, después de regresar de Renteria, qué hací­an Alfonso Tudury, Echeverria y otros, en aquél lugar?

“Cuando yo llegué al estanco ellos estaban parlanchineando seguramente de mi, y el entrar yo se callaron. Poco después se marcharon y ésta conducta aún me enfureció más, porque sabí­a que no eran muy amigos mí­os.

“¿Y cuando usted hirió a Manuela, qué hizo usted?

“Cuando la vi ensangrentada, ella cayó sobre mi brazo y yo la saqué en medio del salón.

“¿Tardaron mucho en venir en su auxilio?

“Tardaron cerca de media hora y yo les decí­a “¿Pero no hay aquí­ nadie que acuda a1 socorro de esta pobre mujer?” La sangre brotaba de ella como un rí­o.

El Sr. Presidente:

“Ha dicho usted que no trataba más que de castigar, de dar un escarmiento a la Manuela ¿y entonces, como le dio usted seis puñaladas?

“Creo que fueron cinco.

“No, fueron seis.

“Pues no lo sé ni puedo comprender cómo le di tantas… estaba arrebatado y no me acuerdo de nada de lo que hice, sino vagamente y por lo que después he sabido.

“Además ¿no dijo usted a un miquelete que se presentó en el lugar del suceso inmediatamente “Esto querí­a yo, he venido de Bilbao para esto”?

“No lo recuerdo. No puedo haber dicho eso.

“Puede usted retirarse “, añade el señor presidente.

Y terminado así­ el interrogatorio del procesado, éste vuelve a ocupar su puesto en el banquillo de los acusados, entre dos guardias civiles.

Durante el interrogatorio el público ha guardado el más sepulcral silencio, comentando con sus murmullos únicamente cuando las declaraciones del procesado excitaban sus diversos sentimientos.

Los testigos

Breves hemos de ser en el relato de las declaraciones de los testigos. Animismo no lo requieren de un modo extraordinario porque, con efecto, ninguna de las declaraciones prestadas ayer, durante el curso del proceso, vino a desvirtuar, en gran modo las confesiones a las impugnaciones, hechas por el procesado, en cuya declaración nos hemos extendido para mejor comprensión de nuestros lectores.

Arsenia Herreros

La primera testigo que aparece es una joven simpática y agraciada, de 26 años, residente en Pasajes, nombrada Arsenia Herreros.

Se expresa bien y con soltura y a preguntas del fiscal contesta que estaba presente en el momento en que se cometió el delito.

“¿Vio usted entrar al procesado?

“Sí­ señor, lo vi. El señor entró con semblante preocupado y serio. Se sentó, y cuando se marcharon los demás señores que allí­ habí­a, se levantó, miró hacia la calle y fue cuando pasando tranquilamente delante de mí­ le asestó de repente las cuchilladas a Manuela.

“¿Habí­an hablado algo Vallejo y Manuela?

“No señor, no habí­a dicho sino que Vallejo pidió que le trajera un vaso de agua y yo se lo traje. Por cierto que no recuerdo si lo bebió.

“¿Y usted no se apercibió de nada?

“No, señor, yo estaba sentada en un cajón, de espaldas al mostrador. Oí­ que Manuela decí­a “¿Qué quiere usted?”, que inmediatamente contestó Vallejo “Lo que yo quiero es ésto”, y entonces oí­ el grito de Manuela, me levanté y salí­ pidiendo socorro. No vi más.

“Y la frase pronunciada por Manuela, ¿se dirigí­a a Vallejo. o a una mujer que estaba allí­ comprando algodón y a la que Manuela estaba en ademán de servir?

“No lo sé, pero yo comprendo que se dirigiera a Vallejo, puesto que él contestó enseguida.

A preguntas de la defensa contesta que para ir del sitio en que estaba Vallejo al que se hallaba Manuela habí­a que ir describiendo una ligera curva: pero la testigo no le vio acometer a la interfecta.

Maria Salanue

No comparece por hallarse en Francia, pero a petición fiscal se lee su declaración en la que consta que Manuela no pudo defenderse del ataque por lo imprevisto y porque estaba algo vuelta y porque el procesado la cogió por la cabeza. Esta testigo era la compradora de algodón a quién servia la interfecta en el momento de ser herida.

Ascensión Urteaga

Señora de 36 años, residente en Pasajes que entraba en el estanco para dejar la llave de su habitación en el momento en que se cometí­a el delito.

Como la anterior, vio a Vallejo coger por la cabeza repentinamente a la interfecta y herirla.

“Y no vi más señor “añade”, porque tuve mucho miedo y me escapé pidiendo auxilio.

El miquelete Mayora

Este testigo es el que afirma haber oí­do al procesado decir en el momento de ser detenido “eso querí­a yo, he venido exclusivamente para esto desde Bilbao”

Su interrogatorio, que se efectúa con auxilio del intérprete de lengua euskara, ofrece la particularidad de que en el careo efectuado entre él y el procesado, afirma el miquelete lo que ha declarado, y el procesado, aunque no lo niega, lo pone en duda.

Paula Aguirre

Es la hija de la desdichada Manuela. Su aspecto es agradable y su tez sonrosada y fina. Viste de luto y tiene l2 años.

El Sr. Añibarro:

“¿Recuerda la testigo si su madre le encargó que fuera a buscar a la policí­a para echar de su casa a Basilio Vallejo?

“Si señor, lo recuerdo.

La niña siente asomarse las lágrimas a los ojos y saca su pañuelo. Inmediatamente e1 Sr. Añibarro dijo:

“Respeto las circunstancias que concurren en la testigo, y aunque se precisaba de su declaración, renuncio a interrogarla más.

En el público se oye un murmullo de satisfacción por evitar así­ a la tierna niña dolorosos recuerdos para toda su vida. Harta desgracia era la suya.

Los peritos médicos

Los peritos médicos, Sres. Casares y Goicoechea, hacen el examen clí­nico de las heridas y dicen que dos de ellas eran mortales de necesidad por interesar el corazón y tener seis centí­metros de profundidad.

En cuanto a la hemorragia, verdad es que pudo acelerar la muerte, pero ésta era inminente según la ciencia. Solo Dios podí­a hacer allí­ un milagro.

Simón Ostolaza

Acudió al lugar del suceso en el concepto de juez municipal que era entonces. No oyó ninguna manifestación a la herida, ni en contra ni a favor del procesado. No conoce los antecedentes de ella, sino por los rumores que circulaban en el pueblo de Ancho y Alza.

Federico Sánchez y Francisco Tizón

Confirman algunos datos suministrados por el procesado y testifican de su buena conducta en general. Así­ como sólo por rumores conocen las flaquezas de Manuela Antia.

Madame Baptiste

Una dificultad surge. La testigo es francesa y desconoce por completo el castellano.

Invitado por la presidencia, nuestro compañero de redacción Sr. Delatte se ofrece gustoso a servir de intérprete.

Tomado juramento a nuestro compañero, manifiesta que la testigo declara que, con efecto, Manuela insultó cruelmente a Basilio Vallejo en la mañana del 21 de julio último, oyendo estos insultos ella, por acudir al almacén de la interfecta para adquirir género.

Los demás testigos

Nada que pueda ofrecer interés declararon los demás testigos, por lo que, dada la extensión que ya de suyo tiene esta reseña, hacemos gracia de sus declaraciones á nuestros lectores.

Fallo del Tribunal

La hora en extremo avanzada á la que el Tribunal ha dictado su sentencia, no nos permite poner hoy término a nuestro trabajo, reseñando los discursos pronunciados por el ministerio fiscal y la defensa, así­ como el discurso resumen del señor presidente.

Este trabajo darémoslo extensamente en nuestro número de mañana para conocimiento de nuestros lectores y abonados.

Nos vemos, pues, en la necesidad de referirnos únicamente al termino de la vista.

Alas doce de la noche, próximamente, el Tribunal de derecho penetraba en el salón y en medio del más sepulcral silencio dictaba su fallo, por el que condena a Basilio Vallejo a la pena de CADENA PERPETUA.

(Continuará)