Los Tres Pasajes, nº 19 1961

Quienes leyeron esta revista el pasado año, recordarán la muy «trágica» situación por la que pasábamos los de «Galeperra»; desahuciados y sin local en perspectiva, la Sdad. parecí­a naufragar y hundirse definitivamente.
Dando cara a esta no muy halagí¼eña situación, la Directiva trabajó de firme para poder dar a sus socios el local que les correspondí­a. Como primera medida, se aumentó la módica cuota anterior a una cantidad respetable para ser mensual, que sólo el verdadero aficionado y socio sabe corresponder, y así­, pudimos ver cómo los menos «valientes» cursaban su baja so pretexto monetario…
De las gestiones realizadas y coincidiendo con las fiestas de San Fermí­n del pasado año, esta Sociedad abrió un bonito local en la calle J.A.P. Rivera, 13, muy bien acondicionado y a satisfacción de todos sus asociados.
Hoy, «Un año después»… es el dí­a en que «Galeperra» cuenta con un número tal de socios rayano en el que tuvo en sus mejores tiempos.

Se celebró la inauguración oficial el dí­a 30 de Octubre, siendo bendecido por el Rvdo. D. Pedro Jimeno y asistiendo al acto autoridades de la Villa, representaciones de diferentes sociedades y numerosos socios y simpatizantes, constituyendo el momento aquél de lo más simpático y agradable que cuenta «Galeperra» en su historial.
Ente las actividades de esta Sociedad, se halla la organización de tiradas al plato en sus Fiestas Patronales, y en las de Molinao, Herrera y Alza.

LAS TIRADAS DE SAN FERMIN
El dí­a 10 de Julio pasado se efectuaron las tiradas que esta Sociedad organiza en Pasajes por sus fiestas.
En la tirada local, entre 29 tiradores, se estableció la clasificación siguiente:

1.° J. L. Macazaga
2.° R. Berregui
3.° A. Solana

En la tirada provincial, y entre 52, se estableció ésta:

1.° E. Sáinz
2.° J. Miner
3.º J. Manterola

Como se verá, en la tirada provincial el vencedor también fue un pasaitarra, lo que demuestra la calidad de los tiradores de Pasajes, lo cual nos da pié para animar a los Directivos de «Galeperra» a continuar su labor organizadora, en bien de su Sociedad y estí­mulo para los deportistas.

S. S.

CONEJICIDIO DE LOS ACTOS
Paseando por Pasajes el otro dí­a, ví­ a través de los cristales de un bar dos caras muy conocidas para mí­, que fueron objeto de mi atención, por tratarse de dos vetustos cazadores. No pude resistir la tentación de pasar a saludarles; pero, primeramente, desde una esquina del mostrador, estuve observándoles, y, por sus gestos, noté que el tema que les entretení­a era –¡cómo no!– la caza.
¿Qué tiene este deporte que aún a los 70 años apasiona al que lo ha practicado desde la juventud?. El que llevaba la voz cantante en aquel momento era el amigo Teodosio, y por sus gestos parecí­a que no le iba del todo mal el dí­a, pues no hací­a más que «disparar» con grave riesgo de las lámparas del establecimiento y de los allí­ presentes.
Su compañero, que no era otro que nuestro amigo Folgado (Perfecto), prestaba atención en silencio, pues se trataba de su tema favorito:la caza. Seguí­ prestando atención y hasta me pareció oí­r el ruido de un disparo; y, por intuición propia de cazador, levanté la vista en busca de la pieza abatida y –¡desilusión!– no ví­ otra cosa que un techo pintado. Estaba en un bar. Libre ya de la sugestión del momento, me acerqué a ellos.

–¿Qué, Teodosio: cuantas?
–¡Aquí­ pocas; pero en Velate, el amo!
Nuestro amigo Perfecto ha sido y sigue siendo un verdadero aficionado a la caza de «pelo», como se dice en términos cazadores a los que dedican especial celo a la caza de liebres, conejos, etc.; y así­, comentando con ellos sobre tema tan interesante, nos contó el bueno de Perfecto la «faena» que le hizo en cierta ocasión nuestro amigo Ayerbe, cazador éste, completo, y ¡si le vieran bucear en los rí­os!
–Pues aquel amanecer –sigue diciendo Perfecto–, salí­ de caza aún oscuro y me encaminé al sitio donde acostumbraba a hacer espera, con la ilusión de que se pusiese a tiro algún conejo; me coloqué en el sitio previsto y ¡a esperar silencioso!
Las sombras de la noche lo invadí­an todo. No se sentí­a otro ruido que el de las hojas de los árboles movidas por un ligero viento otoñal.
¡Buen dí­a para palomas! pensaba yo. Cuando comenzó a despuntar el alba, me coloqué en posición de tiro y rastreando con la vista todo el terreno que a mi alrededor me permití­a la media oscuridad. Por suerte, allí­ estaba el «elemento» por el cual yo habí­a madrugado.
Conteniendo la respiración y evitando todo ruido posible, me encaré la escopeta; y así­, en esta posición, esperé e ver si disminuí­a la distancia entre el conejo y yo, pues me parecí­a un tiro un poco largo.
Pasaban los minutos, que se me hací­an horas, y pensando aquello de «más vale pájaro en mano…» me decidí­.
Apunté cuidadosamente y ¡¡PAN!!

–¿Qué ocurrió?– le preguntó Teodosio.
–¡Hombre, ni dudarlo! Fue un tiro largo pero efectivo. Apresuradamente salí­a recogerlo, pensando que aún tení­a tiempo de matar algún otro, pues no habí­a amanecido totalmente; y cuáles no serí­an mi asombro y desilusión al observar que el conejo que habí­a matado se habí­a convertido en un envoltorio de saco que, adornado con unos hierbajos, marcaban la silueta casi perfecta de un conejo. Hubiera jurado que se habí­a movido, pero todo habí­a sido un efecto visual falso, y una mano que me preparó la «jugada» anticipadamente ¿Quién?
Cuando llegué a la Sociedad, no me hizo falta preguntar. Allí­ estaba el autor del hecho, que, en compañí­a de varios amigos, recibió mi entrada con una carcajada que aun me resuena en los oí­dos…
¡Esta me las pagas, Ayerbe! Pero aún no he podido saldar la deuda.

El de siempre
San Fermí­n del 61