Crónica local

LA ESCUELA DE PASAJES

La Unión Vascongada, 1899-01-13

De Pasajes llegan a nosotros graves y sentidas quejas de los vecinos de aquella villa sobre la forma y condiciones en que la pública instrucción se difunde a las tiernas inteligencias infantiles. Antes de lanzarlas a la publicidad, antes de hacernos eco de las denuncias que a nosotros han llegado sobre el particular, hemos procurado informarnos del fundamento que pudieran tener, y efectivamente, nada más justo, nada más legal que los vecinos pasaitarras eleven su enérgica protesta por el abandono y descuido en que se tiene a los niños que a las autoridades fí­an el cultivo de su inteligencia.

Hay en Pasajes, aparte de las escuelas privadas, dos escuelas públicas oficiales, una de niñas y otra de niños, donde enví­an la mayorí­a de las familias de Ancho y Alza a sus hijos para que aprendan las primeras letras.

La oficial de niñas hallábase establecida en el edificio construido exprofeso para escuela y alhóndiga municipal; en el barrio de Ancho, junto a la derruida iglesia, gracias a la magnificencia del señor duque de Mandas.

Allí­ se daba la instrucción gratuita en las mejores condiciones, en las más aproximadas a las que la higiene y la pedagogí­a recomiendan.
El local era amplio, bien aireado, lleno de luz y suficiente a dar cabida en él a más de ochenta niñas.
Preciso es advertir que los dos pueblos unidos, Alza y Pasajes, arrojan con sus mil y pico de vecinos, un contingente de niñas superior a cien, y que por tanto, el local donde se les ha de dar la instrucción debiera ser capaz para este número.

Allí­, repetimos, inculcaba la primera enseñanza é instruí­a en las labores de su sexo a las mujeres de mañana la profesora oficial, la única, la sola a quien correspondí­a dar esta instrucción; pero se le ha quitado este local, dándola otro antihigiénico y malsano.

Protestó la maestra, dio cuenta al inspector de 1.ª enseñanza del atropello de que traí­a ser objeto; protestó enérgicamente de que se le diese para escuela, a cambio del local amplio y aireado, un cuartucho tenebroso donde la luz apenas puede penetrar, donde la mejor de sus condiciones higiénicas es la de tener las letrinas perfectamente apegaditas, al descubierto y en directa comunicación con la sala de enseñanza donde el aire que se respira es pernicioso; local adecuadí­simo al desenvolvimiento de endémicas enfermedades que acaban en unos pocos dí­as con toda una generación infantil que ha de sucedernos, y su protesta parece no ser escuchada.

El local no mide más de 7 metros de longitud por 6 de anchura, está destartalado, sucio, y por enseres sólo se ven en él cinco mesas, un tablero, tres mapas sin lí­neas, tres carteles cuyas el tiempo se ha encargado de hacer casi invisibles y un cuadro incompleto de distribución del tiempo y del trabajo.
De la vuelta a aquel local, sácase la peor de las impresiones.

Ni la sagrada efigie de nuestro Redentor, ni el santo emblema de nuestra religión, ante quien postrados de rodillas elevan que preces los tiernos corazones de los niños en la escuela, se halla allí­ en ese sitio de que hablamos.

Prodigar la enseñanza en esa forma, hacer pasar seis horas cada dí­a a los niños en lugar que reúne tales condiciones debe ser desplazado, es irritante y la Junta Provincial de Instrucción pública, a quien suponemos ya enterados de estos hechos, debe ponerlos fin con toda urgencia.