Los Tres Pasajes, nº 16, 1958

Fue en el año 17 cuando, por primera vez, posé mis pies en terreno pasaitarra. Han transcurrido cuarenta años, que es más de la mitad de vida, y, por lo tanto, si no puedo decir que soy vasco, porque no tuviera la suerte de nacer aquí­, sí­ puedo decir, con toda mi alma, que soy Pasaitarra por cariño, lo cual quiere decir que, si alguien pretendiera quitarme el derecho que la Ley me concede, tendrí­a en contra esa otra ley que se llama «la ley del corazón».
Por este mismo motivo, durante esta cuarentena de años se forjaron en mi mente ideas que yo creí­a que algún dí­a llegarí­an a verse realizadas; pero, ¡ay!: aquellas idas que nací­an como sueños, han muerto, quedando en mi memoria como varios de aquellos recuerdos que de nuestra niñez guardamos como imborrables…

Uno de aquellos sueños era el haber visto convertido en RESIDENCIA PARA ANCIANOS PASAITARRAS ese palacio, o casa, como queramos llamarlo, situado en la falda del monte Jaizkí­bel y dando frente al fuerte de San Marcos; porque yo entendí­a que éste era el mejor sitio de Pasajes donde sus ancianos podí­an hallar el más humilde premio a su vejez después de haber dado ala vida el mayor fruto de sus años, ya fuera en la mar o en tierra.
Hoy no sé qué nombre debo dar a esa mansión; sólo puedo deciros que un tiempo era conocida por «el convento» y esto quizá fuera porque de él descendí­a, después de aparecer como estatua de nieve, un fraile ya de edad madura pero fuerte, cuya popularidad ningún otro llegó a alcanzar. Este fraile, que muchas veces coincidí­a con nosotros en las lanchas y tranví­as repartiendo saludos, era conocido por el Padre Lonchón.

Otro de los sueños era el haber visto creada una Escuela de Trabajo, a fin de que los hijos del pueblo (léase «los tres Pasajes») no tuvieran que verse obligados a recurrir a otro lugar para recibir las primeras lecciones o cursos necesarios para poder emprender con garantí­a y libertad una vida laboral. ¿Habrá quien se atreva a discutir que, lo mismo en mar que en tierra, se harí­a una labor altamente fructí­fera?
Esto, si hubiera personas que se interesaran por ello, aún podrí­a hacerse; pues conocimiento para dirigirlo sobra y Pasajes lo merece y lo necesita.

Y vamos con el tercero y último sueño. Este sí­ que es irrealizable y habí­a de quedar durmiendo «el sueño de los justos» aunque no me cabe duda de que muchos lo recordaremos como cosa que era muy necesaria, sobre todo para nuestras fiestas patronales.
Me refiero a la plaza del G. Zumalacárregui, esa plaza cuyo simple nombre me causa una gran pena, no sólo porque en ella he visto, un año tras otro, el desfile de una cantidad inenarrable de festejos, como eran las corridas de toros, juegos y bailes vascos y otros mil propios de nuestros «sanfermines», los cuales era necesario presenciarlos desde una parte alta para darse cuenta de lo que significaba para nuestro barrio de Ancho aquel hacinamiento de personas dentro de aquella alegrí­a y aquel bullicio. Francamente, yo esto lo veí­a con alegrí­a y con cariño; pero todo ello lo hubiera dado, aunque para mí­ hubiera significado gran sacrificios, por ver convertida nuestra plaza en un jardí­n cerrado y expresamente para niños, con sus macizos de flores, sus paseos de arena –para que los niñas no sufrieran daño en sus caí­das–, sus bancos para que las mamás o niñeras cuidaran de ellos, sin ese nerviosismo que las proporciona el miedo al peligro, y además, dotado de fuentecillas y otras cosas que necesitasen los niños en sus juegos, que son las que los hermana y encariña. Pero, en esto, ya no hay nada que hacer; es decir, sí­: hay que hacer muchas casas, muchas y cuanto más altas y reducidas de habitaciones sean, mejor; para eso tenemos el campo… con permiso de los «casheros»…

En resumen: que el asilo sigue llamándose Asilo y sigue en el Barrio de San Pedro.
Que la Escuela de Trabajo puede hacerse –¡qué caramba!– se hará, aunque yo no llegue a conocerla.
Y que nuestra plaza del G. Zumalacárregui se ha perdido y con ella hemos perdido la parte que fue más alegre de Pasajes (Ancho) y que pudo ser la más hermosa.
En fin: hay que rendirse a la realidad y la realidad es que ha pasado el CARRO DEL PROGRESO…

L. Lorenzo