Los Tres Pasajes, nº 18, 1960

Quizás para cuando esta simpática revista acuda a la cita con el lector pasaitarra haya sido clausurado el curso en el Centro de Ayuda Cultural Profesional, institución benéfica que, todaví­a muy joven, ya va escribiendo páginas de actividad educativa en la historia del pueblo.

Para entonces se habrán celebrado algunas pruebas deportivas con otra Escuela Profesional como adversaria, habrá tenido lugar la visita a una importante industria de alguna cercana ciudad en jornada de sano esparcimiento y fraternal camaraderí­a, y en el más espacioso de nuestros locales, el acto de fin de curso habrá reunido, junto a las autoridades y padres de nuestros alumnos, a la totalidad de éstos en una agradable velada, en la que se habrán repartido los premios donados por simpatizantes del Centro entre aquellos alumnos que, por su aplicación y comportamiento, se hayan hecho acreedores a tal distinción.

Todo ello representará el colofón de un año más en la vida de una Obra que se inspiró en Jesús Obrero y sólo a su indudable protección debe su existencia.
El año pasado aparecí­amos en esta misma publicación como noticia un poco amplia y en loables términos, gracias al afecto sentido y sincero de nuestro buen amigo Gil; hoy queremos que nuestro contacto con los vecinos del pueblo tres veces marinero sea más amplio a la par que más í­ntimo.

Sin que pretendamos pecar de inmodestos, hemos de decir que representamos algo en el pueblo y es necesario que éste lo sepa. Las necesidades, que pasan inadvertidas a la gran mayorí­a, quizás se muestren más diáfanas a unos pocos; pero esto no quiere decir que sólo quienes las han visto hayan de encargarse de su solución. Una vez descubierta una deficiencia, es lógico que la denuncien para conocimiento y atención públicos; en seguida procede actuar, pero no de un modo aislado que produzca el esfuerzo extraordinario y agotador de una minorí­a en aras de una labor no todo lo eficaz que debiera por escasez de valiosas colaboraciones, sino en responsable actitud, hacerle frente con la seguridad de éxito que proporciona el trabajar en equipo, sin agobios, par el bien común.

Par esa razón, nosotros, que hace algún tiempo advertimos el problema de la educación de los jóvenes trabajadores, no resuelto por las Entidades
Industriales ni autoridades locales de un modo convincente, nos comprometimos a ponerlo de manifiesto y a luchar con entusiasmo, en la medida de nuestras fuerzas, por la mejor solución de tan importante problema en esta época de tan avanzado industrialismo.

En unas humildes aulas, auxiliamos, en la medida que nuestros conocimientos y posibilidades nos permiten, a buen número de jóvenes, no sólo del distrito de Ancho, sino de cualquiera otra localidad, interesados en conseguir una elemental preparación para su futuro profesional y cí­vico. A este fin, tenemos organizadas clases de Matemáticas, Dibujo, Religión, Gramática y un etcétera que abarca, incluso, las lenguas inglesa y euskera, no exigiendo a nuestros alumnos más requisito que el sincero deseo de aprender.

Para ello, un grupo de jóvenes, agrupados alrededor de don Luis Aguirre como eficiente asesor, formamos una directiva que se preocupa de la organización y marcha del Centro, al tiempo que estudia los problemas que surgen y procura convertir en realidades nuevos proyectos.

Estos últimos son limitadí­simos, obligados por las circunstancias, tan poco favorables, en que nos desenvolvemos. Establecidos en dos reducidos locales, prestados por la Parroquia, y sin ayuda oficial fija, nos hallamos con las alas de la fantasí­a cortadas, obligados a reducir con amargura nuestras lógicas aspiraciones juveniles de ampliación y mejora.

Con mesas y sillas prestadas –gracias a la generosidad sin lí­mites de un excelente amigo del Centro–; con textos, no los más adecuados sino los más baratos y a pagar en engorrosos plazos; con dificultades constantes de í­ndole económica, hacemos nuestra labor callada y positiva en espera de que otras circunstancias y la comprensión de los que pueden ayudarnos nos sean favorables.

Durante el curso que finaliza, y siguiendo un programa quincenal preestablecido, han acudido a nuestro pequeño local –convertido circunstancialmente en Sala de Conferencias– competentes charlistas, tales como don José de Arteche, don José Mª Labaca, don Manuel Agud, don Gerardo Bujanda, “Erostarbe” y un etcétera tan amplio tomo documentado en las materias expuestas, que han sabido trazar normas y orientaciones tan acertadas como oportunas. A todos ellos nos satisface repetirles desde estas páginas nuestra felicitación por sus brillantes charlas y nuestro sincero agradecimiento por su colaboración en la tarea educativa que nos hemos impuesto.

Hemos contado con la generosa disposición de varios jóvenes que han completado la plantilla de profesores para el curso –insuficiente con la actual directiva– que nos han permitido celebrar con normalidad de 7 a 10 de la noche una decena de clases diarias en las que han conseguido indudables beneficios aquellos alumnos que, matriculados en septiembre pasado, han sido aplicados y constantes.

Una vez clausurado éste, nos empezaremos a ocupar del venidero, y a los problemas, que origine su organización y puesta en marcha les hemos de hallar acertada solución. Esta serí­a más asequible, la carga se trocarí­a en más llevadera y el resultado apetecido más provechoso, si para los buenos pasaitarras no pasara inadvertida la existencia de este Centro y ofrecieran su ayuda moral, económica, como profesores, en material de trabajo, de aliento y consejo, etc., ya que todo nos es necesario, y la oportunidad de hacer una buena obra para los vecinos de este hermoso distrito no se les puede presentar más clara.

Un directivo